Venecia, Italia, 6 de septiembre, 2016 (EFE). El realizador francés Stéphane Brizé no convenció hoy en Venecia con su adaptación de un texto de Guy de Maupassant, "Une vie", un drama de época perfecto en su ambientación pero que adolece de fuerza y ritmo para contar la inocencia y la falta de madurez de una mujer a comienzos del XIX.
Con los preciosos y duros paisajes de la Normandía francesa como escenario, Brizé ha saltado al cine de época tras el éxito de su anterior trabajo, "La ley del mercado" (1915), centrado en la actual crisis económica.
"Une vie", que compite por el León de Oro de la Mostra y se basa en el primer texto escrito por Maupassant, es una película que avanza con gran lentitud para mostrar "el mundo interior de Jeanne", explicó Brizé en rueda de prensa.
Protagonizada por Judith Chemla, Jean-Pierre Darroussin, Yolande Moreau y Swann Arlaud, "Une vie" se centra en la joven Jeanne, hija de unos barones, en el momento en que conoce al que será su esposo, Julien.
Jeanne es una joven superprotegida por sus padres y parece no querer salir del paraíso de la infancia, por lo que no sabe enfrentarse a la vida adulta ni criar con responsabilidad a su hijo.
"La vida está llena de matices, es dura y violenta, hay que saber mantener la distancia con ciertas personas que tienden hacia el cinismo", y eso es precisamente lo que no es capaz de hacer Jeanne, resaltó el realizador.
Lo que interesó a Brizé de este personaje es precisamente que no sabe recorrer ese camino que separa la infancia de la edad adulta, por eso quería adaptar esta obra de Maupassant desde hacía años.
Pero, aunque la estructura del filme es más cinematográfica con sus "flashbacks" que la linealidad de la obra de Maupassant, el resultado es una película extremadamente pausada, que se recrea infinitamente en los más pequeños detalles y a la que le sobra una buena parte de sus dos horas de metraje.
Lo mejor es la relación de la protagonista con la naturaleza, muy presente en la imagen y también con el sonido del viento, del mar o de la lluvia.
Una historia de amor, de crecimiento y de traiciones que Brizé rodó en tres épocas diferentes —verano, otoño e invierno— para reflejar el cambio en el paisaje de esta zona del norte de Francia.
Y que está estructurada de forma que el espectador tenga el espacio para poder completar la historia. "Pongo la cámara en el buen lugar y normalmente el adecuado para mí es el que no muestra todo. La idea es tomar al espectador de la mano y hacer el viaje juntos", explicó Brizé.
"La emoción no sale de lo que se ve en la pantalla, sino de la historia que se construye el espectador, lo que hace que la historia tenga una especie de autonomía", agregó.