Agnès, a plena luz.
En lo más alto.
En equilibrio.
Encaramada a un técnico impasible.
Aferrada a una cámara que parece absorberla.
Una joven de 26 años rueda su ópera prima.
Agosto de 1954, barrio de la Pointe Courte, Sète. Bajo la cegadora luz estival, Silvia Monfort y Philippe Noiret pasean su frágil amor entre pescadores en apuros, mujeres ajetreadas, juegos infantiles y el deambular de los gatos. Decorados naturales, cámara ligera, medios irrisorios: con La Pointe Courte (presentada en una sala de la rue d’Antibes de Cannes durante el Festival de 1955), Agnès Varda, fotógrafa del TNP de Jean Vilar, sienta las premisas de un cine joven, del que será la única representante femenina entre sus directores.
Como un manifiesto, esta foto del rodaje lo encierra todo de Agnès Varda: la pasión, la audacia, la picardía. Los ingredientes de la receta de una artista libre, que continuará enriqueciendo sin cesar. Sesenta y cinco años de creación y experimentación, casi los mismos que lleva en activo el Festival de Cannes, que celebra año tras año la visión de aquellos que muestran, que se atreven y se elevan. Y que sabe recordarlos.
A ella le gustaba recordarlo: «No soy una mujer cineasta, soy una cineasta». Sus visitas a Cannes para presentar sus películas son una constante: estuvo trece veces presente en la Selección oficial. También fue miembro del jurado en 2005 y presidenta del jurado de la Caméra d’or en 2013. Cuando recibe la Palme de honor, en 2015, evoca «la resistencia y la resiliencia, más que el honor» y la dedica «a todos los cineastas creativos y audaces, a quienes crean un cine original, de ficción o documental, que no están en primer plano, sino que siguen avanzando».
Vanguardistas pero populares, íntimas pero universales, sus películas abrieron el camino. Y así, en lo alto de esta pirámide, con la mirada puesta en la playa de Cannes, joven y eterna: ¡Agnès Varda será la luz que inspire la 72ª edición!